miércoles, 15 de octubre de 2008

NADIE SONRIE EL SABADO POR LA MAÑANA




Te gusta el color de tus zapatillas, cómo te queda la remera, las ojeras que han desaparecido esta mañana. Entonces salís a la calle y aspirás el afrodisíaco aroma matinal o el olor a bosta de caballo, según el barrio en que te haya tocado nacer, vivir o desarrollarte. Todo está fantástico o todo es un auténtico desastre y que no vivas en Irak no te asegura que llegues vivo al final de este día. Sin embargo, das el próximo paso. ¿Cuál es la ilusión? ¿Se lo preguntará este hombre? ¿cuál es la ilusión? Y quiero saber cómo se llama.
Me acerco y le pregunto el nombre. Es temprano, son menos de las 8: 30 del sábado y es demasiada la gente que aún está durmiendo, sobre todo en mi casa, pero salí a dar una vuelta para que mi perro haga sus necesidades. Salvo la chica de la limpieza en casa soy el que más temprano salta de la cama.
Señor, ¿cómo se llama?
Augusto.
Vaya nombre! Por ponerlo en términos de traducción mexicana. Augusto. ¿Y porqué sonríe esta mañana?
Caminamos a la par. Me pregunta porqué no soy una mujer joven y hermosa en lugar de este viejo recalcitrante que soy. Simplemente le respondo que no lo sé. Si fuera una mujer joven y hermosa estaría durmiendo en bombacha frente al espejo de modo que quede bien visible la raya del culo.
Pero sería su propio culo!
Es cierto, le digo, es una lástima que a nadie le interese la propia raya de su propio culo.
Seguimos a la par. Augusto lleva una gorra tejida negra y blanca, de círculos concéntricos. Me dice que anoche tuvo un sueño, casi estaba por despertar y un ángel bajó del cielo o subió del infierno y le dijo que ese sábado apenas saliera de su casa para leer el diario y tomarse el consabido café con leche con una medialuna de manteca, una mujer joven y hermosa se le acercaría y le preguntaría su nombre, caminaría junto a él por las veredas del barrio, hasta el bar, lo acompañaría tomándose un cortadito suave con sacarina y antes del mediodía terminarían en la cama. Al parecer había sido un sueño mucho más realista que un simple sueño: había sido un mensaje, una premonición, una anticipación. Bien, bien, lo detuve, no hace falta buscar tantos sinónimos.
En español no existen los sinónimos, dijo, apenas las ideas afines. Resultó ser, además, profesor de literatura.
Me vi obligado a confesarle mi animadversión hacia la literatura.
¿Porqué la odia?
No hay obligación de saber porqué uno odia las cosas ¿o sí?
Yo odio que usted no sea la mujer hermosa de mi sueño. Es un viejo carcamán igual que yo, encima acompañado por un perro pulgoso ¿nunca se le ocurrió conseguir un perro como la gente?
Morfeo se dio por aludido, pegó el trasero contra la vereda, dio las cuatro vueltitas de rigor y despachó una retahíla de heces amarronadas de dudosa consistencia. Augusto me miró como si yo fuera culpable de algo, pero por suerte estaba preparado: saqué la bolsa de nailon del bolsillo de la campera, me la coloqué a modo de guante y junté los excrementos. Continuamos caminando.
En el sueño, que más que sueño era una anticipación, la mujer se parecía a Scarlett Johansson y se me acercaba sorprendida por lo inexplicable de mi sonrisa, una sonrisa tan temprana, y un día sábado.
¿Por eso sonreía?
Sonreía por el sueño, por lo divertido y por las dudas, y entonces apareció usted.
Que no me parezco a Johansson.
Y anda con este perro desagradable.
La avenida queda a dos cuadras. Me pregunto si estoy obligado a desayunar con él. Es inevitable, también, pensar en los avatares de esta mujer tan hermosa que todavía no se le presentó esta mañana. ¿Y si se le presentara ahora? ¿Y si el sueño, anticipación o lo que fuera no estaba dirigido a él, sino a mi? Después de todo había sido yo la persona con generosidad suficiente como para acercarme a él, a Augusto, y preguntarle por una simple sonrisa matinal, como si nadie sonriera por la mañana en este mundo. La verdad: nadie sonríe por la mañana en este mundo.
Mientras avanzábamos, y mientras Morfeo correteaba de aquí para allá porque yo había decidido soltarlo de su correa, sentí envidia de las zapatillas de Augusto, no sé si eran las zapatillas en sí o la forma elegante en que las llevaba. Augusto es un tipo alto, al menos más alto que yo, y tiene mucho más pelo y su espalda es recta como una tabla y con sólo verlo uno ya sabe que dispone de una serie de conocimientos, algún que otro éxito y un poco de dinero. Y si fuera mucho dinero tampoco me sorprendería.
Si bien las palomas a veces son un asco y mucho más cuando revolotean en cercanías de la basura, me reconfortó ver una bandada cinco o seis pasos delante de nosotros, disputándose un paquete rotoso de harina de maíz. Atravesar una bandada de palomas te hace sentirte menos miserable, mucho más si entre las blancas y pequeñas parloteadoras hay una azul horrible de las grandes, esas que hinchan el cogote como gansos asustadizos y sobrevuelan a saltitos sus misérrimas patitas: cuuhúu…cuuhúu
Llegamos a la avenida y entramos juntos en el café. Yo no tenía dinero porque nada más había salido a pasear a Morfeo, pero lo até con su pretal a una columna de alumbrado y entré con Augusto, y me senté enfrente de él en la misma mesa. La verdad que en ningún momento me hizo sentir que lo estuviera molestando.
Volviendo a Scarlett Johansson. Me dijo antes de pedirse el café con leche. No me preocupa tanto que usted no sea ni se le parezca, que sea un viejo, que pasee un perro horrible, me preocupa que quiérase o no, lo acepte o no, usted es el resultado de ese sueño.
Miré hacia la puerta de entrada y pregunté ¿Qué pedía la hermosa mujer rubia en esta mesa?
Un cortadito liviano con sacarina, si mal no recuerdo.
Así que Augusto pidió su café con leche con una medialuna de manteca y yo mi cortadito liviano con sacarina, para empezar a ordenar las cosas. A través de la vidriera veíamos a Morfeo ladrándole a la asquerosa bandada de palomas. Morfeo sólo ladra cuando tiene miedo, y casi siempre tiene miedo, le tiene miedo a todo. Pero le gustan las medias sucias, busca medias sucias por toda la casa y se las lleva a la boca y las mastica como si fueran chicle, o huesos, o quién sabe qué, pero lo cierto es que le gustan las medias sucias.
Yo tengo un hongo en una uña del pie, le dije a Augusto, que al principio no comprendió el porqué del comentario, entonces le expliqué sobre Morfeo y su gusto por las medias sucias.
Aha…ahá…, Augusto y ese aire de catedrático que ya empezaba a molestarme.
Mis medias, a causa de ese hongo, que tengo en el dedo gordo del pie izquierdo, y es raro porque no se contagia a ningún otro, tienen un olor espantoso. Todas mis esposas se han quejado del olor de mis medias pero yo nunca supe cómo solucionarlo ¿usted piensa que no lo hubiera solucionado de ser posible? ¡Claro que sí!
Exageré con énfasis inusitado el ¡CLARO QUE SI! Una fuerza proveniente de cientos de humillaciones, mis mujeres cada mañana gritando atrocidades sobre el olor de mis medias, aunque no eran las dos medias, era sólo una, pero a tus esposas no les importa si el olor a hongo proviene de una media o si proviene de dos ¡Cómo si fuera lo mismo! ¡hay un ciento por ciento de diferencia! ¡No es lo mismo uno que dos! ¿Acaso no lo entienden?
Yo tuve un hongo una vez, dijo Augusto. Pero habló de ese hongo con suficiencia, como cosa de pasado, de un pasado remoto, un pasado superado gracias a su eficacia para dar por tierra con los problemas. Yo en cambio, a esta altura de mi vida seguía lidiando con mi hongo. Ahora resultaba claro, por fin las cartas estaban echadas sobre la mesa: él triunfaba en la vida, podía con los hongos de sus pies y todas esas cosas, en cambio yo no. Todo estaba dicho con muy poco.
En fin, que Morfeo disfrutaba increíblemente de mis medias con olor a hongo, esos que salen bajo las uñas y las ponen verdes y quebradizas.
¿Qué habrá del sabor?
Creo que en toda la mañana había sido la primera frase simpática. No podía culparlo, después de todo había aparecido yo en lugar de Scarlett Johansson. Pero cuando habló del sabor del hongo de mi uña del dedo gordo del pie izquierdo, aceptando que su sabor podía resultar agradable para Morfeo, me sentí, en cierto sentido, reconciliado con Augusto y con la vida.
Llegaron los cafés y la medialuna.
¿Seguro que no quiere una? Son muy frescas.
¿Qué hubiera respondido la Johansson?
En el sueño sólo aceptaba el cortadito con sacarina.
Respetamos entonces las pautas.
Augusto dijo que acostumbraba leer el diario de los sábados pero que por mi presencia hoy no lo haría.
Lea nomás si gusta.
De ninguna manera, además todos los sábados los diarios dicen las mismas cosas, las mismas noticias, a veces sospecho que el diariero me entrega siempre el mismo ejemplar, que me está estafando.
No necesitan estafar con eso porque los diarios que no se venden se devuelven cada día al distribuidor. No hay pérdida posible.
¿En serio?
Claro.
¿Seguro?
Seguro.
Entonces es increíble ¿cómo puede ser que en el mundo pasen todos los sábados las mismas cosas?
Los viernes, le dije, porque los sábados se cuentan los sucesos de los viernes.
Pero los domingos es los mismo, y todos los demás días.
Nos quedamos pensando un largo rato mientras los cafés se enfriaban en sus pocillos. La respuesta era obvia: los que nos estafaban eran los periodistas. Es decir, una estafa menor relacionada más que nada con la falta de ganas de escribir una y otra vez sobre hechos que se parecían entre si, entonces hacía años que entregaban las mismas notas, las mismas noticias. Quién podía saber cómo estaban las cosas en el mundo si uno lo miraba con sus propios ojos.
Tal vez con alguna pequeña modificación. Dijo Augusto.
Es probable, dije, para engatusar a los jefes de redacción.
Serán fáciles de engatusar a las dos de la mañana, cuando se cierran las ediciones ¿o no?
Ni que lo diga.
Morfeo ya estaba desesperanzado. Su esencia perruna lo obliga a creerse atado a esa columna de alumbrado para siempre. ¿porqué mi amo me dejó aquí? ¡Dios mío de los perros ayúdame! ¡No tendré comida ni agua! ¡No tendré sexo!
Morfeo nunca tuvo sexo así que estaba dramatizando. Yo siempre creí que sólo los humanos dramatizábamos, pero ahora resulta que también los perros. Se echó en la vereda, bostezó, se paró en dos patas al paso de una viejita de esas que aman a los perros ajenos. La viejita le concedió una caricia y continuó su camino.
Sin embargo, dijo Augusto, extraño leer el diario, falta sobre la mesa.
Y entonces léalo. Me sentía henchido de ánimo. En realidad le dije: ¡ENTONCES, LEALO!
No tendría que haber sido tan efusivo, porque para bajar el tono de la conversación me preguntó cómo me llamaba. Es que Augusto no estaba acostumbrado a que le dieran órdenes, y ni siquiera estaba acostumbrado a que le levantaran el ánimo. A él le gustaba tomar exámenes, poner calificaciones, hacerse notar con sus alumnas. Podía imaginarlo humillando a sus alumnos varones con una mirada de harpía por encima de sus anteojos ¡aunque ni siquiera necesitara usar anteojos! Se los ponía para darse importancia. Para humillar a sus semejantes, que él, por supuesto, no consideraba semejantes. Dígame, alumno ¿Esto es todo lo que puede referirme sobre el Quijote? ¿Qué le importaría sobre el Quijote a ese pobre alumno de quince años preocupado porque su novia estaba a punto de perder la virginidad con su primo de veinte? Ese chico estaba enamoradísimo de su novia quinceañera pero apenas estaba aprendiendo a toquetearla. ¿Quién era Augusto para humillarlo de semejante manera? La novia quería hacerlo con él pero su primo de veinte años sabía cómo hacer para humedecerla, había sacado el sexo afuera del pantalón y le había hecho sentir que era un animalito tierno y amigable. Este pobre alumno, en cambio, este pobre ser humano que no sentía el más mínimo interés por el Quijote había desplegado un animal alarmante e inquieto, fuera de todo control, de toda diplomacia. Las mujeres aman la diplomacia sexual, la necesitan encarecidamente, pero un chico de quince años a quien se le exige una monografía sobre el Quijote no tiene porqué saberlo.
Me llamo José, me dicen Pepe.
Augusto me miró con ternura. Él se llama Augusto y yo me llamo Pepe. Así son las cosas.
No van a creerlo, pero la mujer rubia se corporizó del otro lado de la vidriera y se agachó para acariciar a Morfeo. Morfeo le lamió las manos y la mujer rubia le besó el hocico. Morfeo feliz, nosotros estupefactos.
Cualquiera podría intuir y divagar aquí sobre el problema de las juridicciones. La mujer rubia pertenecía al sueño de Augusto pero Morfeo era `mi ´ perro, sin decirnos nada, todo estuvo expuesto desde la primera mirada entre nosotros, y eso que la mujer rubia por el momento no era más que una espalda metida en un traje de gimnasia, esa era la única perspectiva que teníamos, quién sabe cómo ni porqué, ya lo dije, se había corporizado del otro lado de la vidriera, seguramente mientras nosotros divagábamos sobre la nulidad que significa una monografía sobre el Quijote para un chico de quince años.
La mujer rubia se incorporó por fin, y se dio vuelta hacia nosotros. No tenía más de veinticinco años y ciertamente, tenía un ligero aire a Scarlett Johansson. Sonrisa de diamantes, labios en verso. Nos señaló preguntando ¿El perrito es de ustedes?
¿Al pobre Augusto no le habría quedado mucho más que la ilusión de su nombre grandilocuente? Bastó echarle una mirada para sabe que la cuestión de la soberanía no se zanjaría tan fácilmente. ¡Pero es casi una niña para nosotros! ¿Qué estamos disputando? Ninguno de los dos dijo nada, pero respondimos que sí con la cabeza y quién sabe qué expresiones de viejos inescrupulosos y la mujer rubia preanunciada en el sueño de Augusto, el único hombre que sonreía en la mañana del sábado, entró al café y se dirigió a nosotros.
¿Es de ustedes el perrito?
Es mío, sí.
Le estoy buscando pareja a mi perrita de la misma raza. Está en celo y aúlla pobre ángel mío, noche y día.
No me había parecido que este perro fuera de ninguna raza, dijo Augusto en lo que se avizoraba como un primer paso en el reconocimiento de su derrota.
¡¿Cómo no?!¡¿Cómo no?! La hermosa chica rubia tomó asiento en la mesa sin pedir permiso. Qué sé yo, las mujeres rubias, jóvenes y hermosas no necesitan pedir permiso para sentarse en ninguna parte.
El mozo se acercó y la chica ordenó su cortadito con sacarina, lo cual me habilitó para pedir, por fin, mi medialuna. La puesta en escena del sueño, de la anticipación o de lo que fuera, ya no dependía de mis acciones, de mis privaciones, de mi desesperanza.
¿Y? Preguntó la chica ¿Podrá hacerse lo de los cachorritos?
La juventud es un hecho abominable, una desviación de la naturaleza, una mentira, una vergüenza, una calamidad. Basta ver un hombre con las palmas vueltas hacia arriba bajo una lluvia torrencial para conocer, en forma definitiva la burla barata a la que te enfrentas TU, que crees ser joven. ¿Cómo podía decirle semejante barbaridad a la pobre chica? Lo único que hice fue apreciar su perfil aniñado y casi perfecto, su nariz respingada, el bello a contraluz que realzaba su belleza de la misma manera que en una mujer anciana hubiera multiplicado su fealdad. Augusto había perdido toda compostura y saltaban como lágrimas desde sus ojos los deseos imperdonables de engatusarla. ¿con qué palabras?¿con qué gestos? ¿Con qué conocimientos? En el sueño se la llevaba a la cama, pero aquí, definitivamente, no lo haría.
Al margen de toda voluntad, Morfeo aguardaba afuera sin más esperanza que un condenado a muerte mientras la chica bebía en dos sorbos su cortadito con sacarina y anotaba su número de teléfono en una de las servilletas de papel.
En fin, si se deciden por lo de los cachorritos por favor llamen. Y se fue, llevándose con ella todo un universo.
Pasaron como veinte minutos hasta que uno de los dos preguntó: ¿y ahora qué hacemos?
¿El amor con nuestras esposas? Es un asco. No importa quién dijo cada cosa.
Salí del bar, rescaté a Morfeo de su abandono definitivo y vi a través de la vidriera cómo Augusto pedía un diario al mozo y lo abría sobre la mesa. ¿Los periodistas inventan todo lo que ocurre en el mundo?
Después de todo. A quién le importa.

martes, 14 de octubre de 2008

EL INFINITO SIN ESTRELLAS SELECCIONADA !!




A los realizadores y productores del film "EL INFINITO SIN ESTRELLAS"


Tengo el agrado de dirigirme a Uds. a fin de expresar nuestro deseo de que "EL INFINITO SIN ESTRELLAS" forme parte de la programación de la 3ª Muestra de Cine Argentino en Leipzig, que tendrá lugar en la ciudad de Leipzig, una de las más importantes de Alemania oriental, desde el 30 de enero al 7 de febrero de 2009.

viernes, 10 de octubre de 2008

MI CABEZA POR DENTRO Y POR FUERA




VIERNES, mañana en la cama, ayer me hice mi implante capilar cancha 2, hace 13 meses me hice la cancha 1, las mujeres dicen que la pelada me quedaba mas sexi pero pocas se animaban a demostrarlo, o no les parecía más sexi un cuerno. Yo me lo hice por envidia: en el scauting de ARIZONA SUR fuimos a SAN LUIS con DIEGUILLO, ROCCA, PENSA, y Dieguillo, mientras yo iba a correr por los parques, se fue a la peluquería, era su forma de conocer pueblos, ofrecer su melena al peluquero de turno. Había algo sensual, exploratorio, cargado de hedonismo en aquello que yo, rapado a cero por mis propias y archiconocidas manos, no podía experimentar ni por puta. No tengo ni la más mínima duda: la decisión fue tomada por envidia, para poder conversar sobre bueyes perdidos con un peluquero desconocido en un pueblo lejano. No me sentía ni feo, ni viejo ni fracasado, o no me animo a aceptarlo. Con las mujeres no me fue mejor ni peor, por otra parte soy un hombre casado, y un hombre casado no debería entrar en esa clase de confesiones.

miércoles, 8 de octubre de 2008

EL TITULO DE LA PELI




Tenemos título: FAMILIA PARA ARMAR, sintetiza todo lo que cuenta nuestra historia: Julia, una hija adolescente que llega en busca de su padre (Ernesto) que no termina de crecer, una abuela (Elisa) que debe hacer de puente entre su hijo inmaduro, su hija ya mayor (Betina) con ciertas discapacidades y su nieta. Dos ángeles que rondan la familia (Nina y Gisela) acompañando a una especie de tío lejano (Arévalo) todos viviendo en un hotel, que es en definitiva su gran casa contenedora. Claro que la historia cuenta mucho más, pero no vamos a develarlo acá. No al menos ahora.

SI QUIEREN OPINAR, ESTAMOS ATENTOS ....