domingo, 12 de febrero de 2012

UN HOMBRE HERMOSO, PRIMEROS CAPÍTULOS








EDGARDO GONZÁLEZ AMER

- UN HOMBRE HERMOSO -

Novela






















- La Casa 15 -








¨ El hombre es la criatura que,
para declarar su ser y su diferencia,
niega. ¨
Albert Camus










I

La espalda desnuda de su tío abarcaba el espacio completo de todo cuanto alcanzaba a ver: una espalda ancha, musculosa y llena de puntos negros.
Su madre lo aprisionaba con las piernas desde arriba de la mesa y le taloneaba los glúteos con energía; las manos se aferraban con desesperación al ancho cuello de ese hombre como si quisiera desprenderse de una ciénaga y la ciénaga la succionara una y otra vez hacia el fondo. Con cada descenso un gemido de placer, y a modo de base de la escultura que conformaban, tan patética como siniestra, los pantalones y los calzones de su tío enrollados a la altura de los tobillos.
- ¿Qué hacés en casa? – Su madre vociferó, espantada y cubriéndose los pechos.
Nacho respondió con frialdad:
- Vengo a comer. – Mientras su madre se sacaba de encima a su tío poco menos que a las patadas.
Miraron el reloj grasiento en la pared, estaba detenido en las 11:35, pero eran más de las 13:30. El tío alzó los hombros; se levantó los pantalones, recogió la camisa del piso, y salió de la cocina.
Su madre se secó la transpiración de la frente con el antebrazo y lo miró como miran las aves de presa a los roedores arrinconados, pero no dijo nada. Nacho también calló. Y salió dando un portazo.
- ¿Adónde vas? – Se perdía en el barrio el grito autoritario y furibundo de su madre:
¿Adónde vas?

II

El Rafa levantaba paredes de la nueva habitación en la azotea de su casa.
Nacho se sentó sobre una pila de ladrillos y lo miró trabajar. Le gustaba contemplar cómo los otros trabajaban. El Rafa construía su pared, ladrillo por ladrillo. Revolvía la mezcla con la cuchara de albañil, la esparcía sobre la última fila de ladrillos, agarraba un ladrillo de la pila que había acomodado a su derecha, lo apoyaba sobre la mezcla, daba tres golpecitos con el mango de la cuchara: tic tic tic, y vuelta a empezar. El ritmo parsimonioso del trabajo de los demás le resultaba un reloj en el cual descansar los propios sueños y las propias angustias.
Funcionaban así, Nacho llegaba a la casa del Rafa o el Rafa llegaba a la casa de Nacho y no hacía falta que se saludaran; ni siquiera dirigirse la palabra; se acoplaban con comodidad y complacencia a lo que el otro estuviera haciendo. El universo los contenía a los dos con sencillez exquisita.
Permanecieron en silencio el tiempo exacto que el Rafa empleó en levantar dos hileras de ladrillos. Recién entonces se saludaron chocando los puños; y el Rafa se fue a buscar agua.
Volvió con un balde, se mojó el pelo y unos cuantos ladrillos, los sumergió uno por uno. Nacho le preguntó si podría prestarle algo de plata.
- Me gasté toda en estos materiales.
- Encontré a mi vieja con mi tío.
- ¿Con el Bichi?
- ¿Con quién va a ser?
- ¿Qué estaban haciendo?
Nacho se quedó callado.
- Te lo dije.
- ¿Y?
-¿Y qué?
- ¿Qué querías que hiciera?
- Decírselo a tu viejo. Ahora por lo menos deberías ir y contárselo.
Nacho no contestó, quedó pensativo mientras el Rafa revolvía el pastón con la pala ancha y le agregaba agua del balde. ¿Qué podía decirle a su padre? Lo que iba a hacer era obligar a su madre para que tomara una decisión:
O su marido o el hermano de su marido.
- Le voy a decir que tome una decisión.
- ¿A quién?
- A mi vieja, boludo.
El Rafa suspendió su trabajo para mirarlo y lo señaló con la cuchara de albañil:
- Te estás metiendo donde no te importa. Lo que tenés que hacer es hablar con tu viejo y decirle más o menos lo que viste.
- ¿Más o menos?
- Sí, más o menos.
- Le digo que más o menos se la estaba metiendo.
Se rieron, más para descargar tensiones que por la gracia del chiste. El Rafa siguió levantando la pared y Nacho lo miró hacer mientras se fumaba un cigarrillo. Desde el patio de la casa subía el cacareo de las gallinas y el grito de algún pavo junto con el olor a excremento de los chanchos que tanto irritaba a los vecinos.



III

Su madre cocinaba milanesas, se había envuelto la cabeza con un delantal rotoso y tenía puesta la misma minifalda de un rato antes. Nacho sospechó que estaría esperando el regreso del Bichi. Se sirvió un vaso de jugo, se sentó a la mesa y se quedó observándola mientras ella empanaba la carne.
Su madre no se dio vuelta ni le dijo nada, la situación era más que incómoda, había cierta aire de irresolución. A veces ocurre, se producen situaciones a partir de las cuales no hay vuelta atras ni paso adelante, es lo que erróneamente llamamos una encrucijada; pero no era una encrucijada, como tampoco era un callejón sin salida. En la encrucijada hay varias opciones y se debe elegir una entre todas; y frente al callejón sin salida existe la posibilidad de retroceder. Ellos no tenían opciones ni paso atrás posible, eran un hijo que había descubierto a su madre en brazos de un amante, el amante era nada menos que el Bichi, su tío, que tenía treinta años, diez menos que su padre, y el cerebro más pequeño que una cabeza de alfiler.
Su padre decía ¨ Seremos pobres, pero lo poco que ganamos lo ganamos trabajando. Vos, yo, y tu madre. ¨
Eso era lo que más dolía; que su madre lo engañara con el Bichi, que además de mal tipo era descerebrado.
Por fin, su madre se dio vueta:
- ¿Qué te pasa? – Tenía las manos embadurnadas con huevo y pan rallado ¿No volvés a la fábrica?
- No.
– Ya tenés diecisiete años.
- ¿Y?
- Que podrías entender ciertas cosas.
- ¿Cuáles?
Volvió a darle la espalda; no había en el mundo mujer con la espalda más recta ni cintura más estrecha. La que más se la envidiaba era Martha, la esposa del Bichi. Su madre le respondió sin mirarlo:
- Entre tu tío y yo no hay nada.
- Nada más que su cosa adentro tuyo.
Entre la ¨ o ¨ de ¨ tuyo ¨ y la cachetada de su madre transcurrió mucho menos de un segundo. Nada. Menos que nada. Fue como esos sueños en los que uno va a la guerra, combate, huye, es trasladado en camiones y muere descuartizado por una bomba que en la vida real fue un portazo en un cuarto contiguo: disparador y final de la misma pesadilla.
Cuando abrió los ojos, después del cachetazo, ella ya estaba de nuevo de espaldas y abocada a sus milanesas. ¿Cómo podía haber ocurrido? No lo sabía. Ni vuelta atrás ni paso adelante. Era como estar fuera del tiempo; al no haber secuencia lógica en los sentimientos no la había tampoco en los movimientos, o en la percepción que tenía de esos movimientos.
Permaneció inmovil, como si nada hubiera ocurrido. Al rato habló:
- Tenés que tomar una decisión.
- ¿Quién lo dice?
- Yo.
Su madre terminó una milanesa, se lavó las manos, se las secó con un repasador y se dio vuelta para encararlo.
- ¿Estás seguro de lo que estás pidiendo? Mirá que sos muy chico.
- Ponete de acuerdo, o soy grande o soy chico.
- Esta noche voy a hablar con tu padre.
A Nacho se le hizo un nudo en el estómago; lo primero que se le ocurrió fue decirle que hicieran de cuenta que no había visto nada y dejaran las cosas tal como estaban. Había abierto una puerta que no sabía muy bien a qué habitación conducía; ignoraba por completo si estaba beneficiando a su padre o si echaba a perder su vida de una manera espantosa.
Sabía bien que su padre estaba enamoradísimo de su madre, enloquecía por ella. Cuando se conocieron, su madre tenía diciocho años y su padre treinta; él había nacido dos años después. No se casaron. Martha y el Bichi se agregaron a la casa cuando él ya estaba en quinto grado; hubo que cederles un cuarto y hacer una división. Su padre y su tío eran antagónicos en todo, y a Nacho le gustaba pensar que tenía mucho de cada uno de ellos; la fortaleza física de su tío y la honestidad consetudinaria de su padre.
Su madre volvió a cocinar. Era una mujer tan hermosa como fría. La imaginó confesándose ante su padre. Confesándose la saña que la caracterizaba:
¨ Me acosté con tu hermano, te lo digo a pedido de Nacho, que vino antes de la fábrica y nos descubrió haciéndolo. ¨
¨ Pero no vine antes ¨ argumentaría Nacho ¨ el reloj de la cocina estaba roto. ¨
¨ Podrías haber llamado. ¨ Reprocharía su padre.
¨ Pero … ¿Eso qué importa? ¨
¨ Lo que importa es que voy a perderla y un hombre como yo no puede conseguir otra mujer como ella. ¨
Su madre se agachó para sacar el sartén de la alacena, se le vio la bombacha roja.
- Está bien – le rogó Nacho -, no se lo digas.
- ¿Que no le diga qué? – Su madre lo incriminó sin mirarlo.
- Lo que hablamos.
Y se dio vuelta con el sartén en la mano, Nacho temió que se lo partiera en la cabeza.
- ¿Vos pensás que podés manejar la vida de los demás como se te da la gana?
- ¿Por qué? – Nacho estaba a punto de llorar.
- Se lo voy a decir y se acabó.
- A papá no le va a gustar.
- ¿Sos retardado o qué? Por supuesto que no le va a gustar.
Por suerte para él, su madre se volvió hacia la mesada, llenó el sartén de aceite y lo puso sobre una hornalla. No sabía si había sido la mejor manera de expresarlo, pero ella tenía razón, decir que a su padre no iba a gustarle que su mujer lo estuviera engañando con su hermano era una boludez. Pero no pudo evitar la siguiente pregunta:
- ¿Y qué va a pasar?
Su madre hizo un gesto de desagrado, un mohín despectivo que Nacho adivinó aunque seguiera dándole la espalda.
- ¿A vos que te parece que va a pasar?
No lo sabía. Era penetrar en la habitación de la cual había abierto la puerta, y encontrarse con la más absoluta de las oscuridades y el más opresivo de los silencios. No podía o tal vez no quería siquiera imaginar qué podía ocurrir con su padre cuando su madre le contara que lo engañaba.
- Si querés podés irte.
- ¿Qué?
Su madre remarcó:
- Que - si - querés – podés - irte.
- ¿A dónde? ¿Irme por qué?
- Si te da miedo lo que pueda pasar andá a dormir a lo del Rafa y yo hablo tranquila con tu padre.
- Pero nunca dormí en lo del Rafa.
- Y yo nunca le dije a tu padre que me estoy acostando con su hermano.