martes, 24 de noviembre de 2009

MAQUINAS SEXUALES


Acabo de leer en el diario que ya están casi listas para consumo las damas de compañía cibernéticas: mujeres de curvas perfectas dispuestas y disponibles para todo uso (sexual). Gimen, besan, dicen chanchadas al oído. Después de cumplida su misión, uno las saca de la cama y las desenchufa, o las desenchufa y las saca de la cama. Esperan recaudar en ventas, sólo en el primer año, tres mil millones de dólares. Vale mencionar que en algunos países orientales los ejecutivos ya alquilan modelos mucho más precarios, globos con formas supuestamente femeninas, las conocidas muñecas inflables.
Qué porquería es la vida de los hombres casados, siempre pulsados por un deseo biológico que las mujeres en general manejan a discreción, esto sin tener en cuenta que la pulsión biológica femenina se extingue poco después de los treinta y cinco. Podrá salirse de las casillas con un amante ocasional o conceder algún gélido favor dentro de su pareja estable, pero ¡Qué porquería es la vida de los hombres casados! Y si no, pregunten a las prostitutas.
La biología es cosa seria, mucho más que la poesía, el cine y la literatura juntas, ámbitos en los cuales con inexistente rigor científico alguien inventó la palabra amor o imaginó el hecho amoroso como una leyenda épica a la cual habría que cantarle loas y rendirle tributo. Pero yo no le canto, por así decirlo, un carajo. El único amor verdadero es, primero, el amor a los hijos, y segundo, el amor a las mascotas, lo demás es impulso biológico, una obsesión compulsiva de la naturaleza que te obliga a reproducirte reproducirte reproducirte, y que los escritores y las editoriales han sabido aprovechar a favor de su economía.
Casi todos los hombres casados que conozco son sexualmente infelices, y las mujeres de esos hombres saben que sus parejas son sexualmente infelices pero ya no tienen armas para consolarlos. Ya tuvieron sus hijos, gozan de las vacaciones en familia, el auto, y si se divorcian se quedan con la casa, que no es poca cosa.
¿Cómo reaccionarán esas mujeres cuando aparezca en sus hogares la caja conteniendo la dama de compañía cibernética? Yo diría que aliviadas, y es más, opino que serán las mismas esposas las que regalen a sus maridos el esperpento electrónico de última generación.
En el futuro, a los pies de los árboles de navidad habrá para la pareja feliz un paquete grande y un paquete chico, depositado por cada uno de los consortes: una acompañante cibernética para él, un consolador del tamaño adecuado para ella. Y con el tiempo ¿porqué no? Otra gran caja conteniendo un amante musculoso a batería. Por supuesto que este último párrafo contradice toda mi exposición sobre la impronta biológica, pero en un mundo tan pero tan loco ¿A quién le importa?