martes, 26 de agosto de 2008

LA VIDA Y LA MUERTE PARA LOS MAYAS



Entrevista a la abuela Margarita
Cuando quiero algo me lo pido a mi misma'

Ima Sanchez. Publicado en ' La Contra', diario La Vanguardia
La Abuela Margarita, curandera y guardiana de la tradición maya, se crió
con su bisabuela, que era curandera y milagrera. Practica y conoce los círculos de danza del sol, de la tierra, de la luna, y la búsqueda de visión. Pertenece al consejo de ancianos indígenas y se dedica a sembrar salud y conocimiento a cambio de la alegría que le produce hacerlo, porque para sustentarse sigue cultivando la tierra. Cuando viaja en avión y las azafatas le dan un nuevo vaso de plástico, ella se aferra al primero: 'No joven, que esto va a parar a la Madre Tierra'. Rezuma sabiduría y poder, es algo que se percibe con nitidez. Sus rituales, como gritarle a la tierra el nombre del recién nacido para que reconozca y proteja su fruto, son explosiones de energía que hace bien al que lo presencia; y cuando te mira a los ojos y te dice que somos sagrados, algo profundo se agita.

Ella nos dice: 'Tengo 71 años. Nací en el campo, en el estado de Jalisco (México), y vivo en la montaña. Soy viuda, tengo dos hijas y dos nietos de mis hijas, pero tengo miles con los que he podido aprender el amor sin apego. Nuestro origen es la Madre Tierra y el Padre Sol. He venido a la Fira de la Terra para recordarles lo que hay dentro de cada uno.'

-¿Dónde vamos tras esta vida?
-¡Uy hija mía, al disfrute! La muerte no existe. Las muerte simplemente es dejar el cuerpo físico, si quieres.

-¿Cómo que si quieres…?
-Te lo puedes llevar. Mi bisabuela era chichimeca, me crié con ella hasta los 14 años, era una mujer prodigiosa, una curandera, mágica, milagrosa. Aprendí mucho de ella.

-Ya se la ve a usted sabia, abuela.
-El poder del cosmos, de la tierra y del gran espíritu está ahí para todos, basta tomarlo. Los curanderos valoramos y queremos mucho los cuatro elementos (fuego, agua, aire y tierra), los llamamos abuelos. La cuestión es que estaba una vez en España cuidando de un fuego, y nos pusimos a charlar.

-¿Con quién?
-Con el fuego. 'Yo estoy en ti', me dijo. 'Ya lo sé', respondí. 'Cuando decidas morir retornarás al espíritu, ¿por qué no te llevas el cuerpo?', dijo. '¿Cómo lo hago?', pregunté.

-Interesante conversación.
-'Todo tu cuerpo está lleno de fuego y también de espíritu -me dijo-, ocupamos el cien por cien dentro de ti. El aire son tus maneras de pensar y ascienden si eres ligero. De agua tenemos más del 80%, que son los sentimientos y se evaporan. Y tierra somos menos del 20%, ¿qué te cuesta cargar con eso?'.

-¿Y para qué quieres el cuerpo?
-Pues para disfrutar, porque mantienes los cinco sentidos y ya no sufres apegos. Ahora mismo están aquí con nosotras los espíritus de mi marido y de mi hija.

-Hola.
-El muertito más reciente de mi familia es mi suegro, que se fue con más de 90 años. Tres meses antes de morir decidió el día. 'Si se me olvida -nos dijo-, me lo recuerdan'. Llegó el día y se lo recordamos. Se bañó, se puso ropa nueva y nos dijo: 'Ahora me voy a descansar'. Se tumbó en la cama y murió. Eso mismo le puedo contar de mi bisabuela, de mis padres, de mis tías…

-Y usted, abuela, ¿cómo quiere morir?
-Como mi maestro Martínez Paredes, un maya poderoso. Se fue a la montaña: 'Al anochecer vengan a por mi cuerpo'. Se le oyó cantar todo el día y cuando fueron a buscarle, la tierra estaba llena de pisaditas. Así quiero yo morirme, danzando y cantando. ¿Sabe lo que hizo mi papá?

-¿Qué hizo?
-Una semana antes de morir se fue a recoger sus pasos. Recorrió los lugares que amaba y a la gente que amaba y se dio el lujo de despedirse. La muerte no es muerte, es el miedo que tenemos al cambio. Mi hija me está diciendo: 'Habla de mí', así que le voy a hablar de ella.

-Su hija, ¿también decidió morir?
-Sí. Hay mucha juventud que no puede realizarse, y nadie quiere vivir sin sentido.

-¿Qué merece la pena?
-Cuando miras a los ojos y dejas entrar al otro en ti y tú entras en el otro y te haces uno. Esa relación de amor es para siempre, ahí no hay hastío. Debemos entender que somos seres sagrados, que la Tierra es nuestra Madre y el Sol nuestro Padre. Hasta hace bien poquito los huicholes no aceptaban escrituras de propiedad de la tierra. '¿Cómo voy a ser propietario de la Madre Tierra ?', decían.

-Aquí la tierra se explota, no se venera.
-¡La felicidad es tan sencilla!, consiste en respetar lo que somos, y somos tierra, cosmos y gran espíritu. Y cuando hablamos de la madre tierra, también hablamos de la mujer que debe ocupar su lugar de educadora.

-¿Cuál es la misión de la mujer?
-Enseñar al hombre a amar. Cuando aprendan, tendrán otra manera de comportarse con la mujer y con la madre tierra. Debemos ver nuestro cuerpo como sagrado y saber que el sexo es un acto sagrado, esa es la manera de que sea dulce y nos llene de sentido. La vida llega a través de ese acto de amor. Si banalizas eso, ¿qué te queda? Devolverle el poder sagrado a la sexualidad cambia nuestra actitud ante la vida. Cuando la mente se une al corazón todo es posible. Yo quiero decirle algo a todo el mundo…

-¿...?
-Que pueden usar el poder del Gran Espíritu en el momento que quieran. Cuando entiendes quién eres, tus pensamientos se hacen realidad. Yo, cuando necesito algo, me lo pido a mí misma. Y funciona.

-Hay muchos creyentes que ruegan a Dios, y Dios no les concede.
-Porque una cosa es ser limosnero y otra, ordenarte a ti mismo, saber qué es lo que necesitas. Muchos creyentes se han vuelto dependientes, y el espíritu es totalmente libre; eso hay que asumirlo. Nos han enseñado a adorar imágenes en lugar de adorarnos a nosotros mismos y entre nosotros.

-Mientras no te empaches de ti mismo.
-Debemos utilizar nuestra sombra, ser más ligeros, afinar las capacidades, entender. Entonces es fácil curar, tener telepatía y comunicarse con los otros, las plantas, los animales. Si decides vivir todas tus capacidades para hacer el bien, la vida es deleite.

-¿Desde cuándo lo sabe?
-Momentos antes de morir mi hija me dijo: 'Mamá, carga tu sagrada pipa, tienes que compartir tu sabiduría y vas a viajar mucho. No temas, yo te acompañaré'. Yo vi con mucho asombro como ella se incorporaba al cosmos. Experimenté que la muerte no existe. El horizonte se amplió y las percepciones perdieron los límites, por eso ahora puedo verla y escucharla, ¿lo cree posible?

-Sí.
-Mis antepasados nos dejaron a los abuelos la custodia del conocimiento: 'Llegará el día en que se volverá a compartir en círculos abiertos'. Creo que ese tiempo ha llegado

jueves, 7 de agosto de 2008

UN CUENTO


Querida Anté


Aquí los mendigos apenas si te dejan avanzar por las calles. Con decirte que llegué hace nueve días, y no pude completar el trayecto que va desde el aeropuerto hasta el hotel que me asignaron, en total recorrí unos tres kilómetros, todavía me faltan ocho. Son los niños los que resultan verdaderamente insoslayables. Al segundo día de intentar por la rivera, obligado a rodear una avenida en la cual estos chicos de todas las edades velaban y lloraban a unos diez mil de los muertos producidos en la última revuelta, unos señores de apariencia más que amable me invitaron a pescar en su bote con motor fuera de borda; yo acepté por la oportunidad de descansar algunas horas del peso de mis maletas, porque en la ciudad te las arrebatan apenas les sacás los ojos de encima. Bien sabés que la pesca me tiene sin cuidado, pero aparecía como la única oportunidad de echarme una siestita.
Los hombres eran tres, desamarraron el bote y cargaron pertrechos desde uno de los muelles. Junto con los alimentos y las garrafas, una niña de unos trece años que vociferaba pestes en nuestras narices. La llevaban atada de pies y manos, y ya le habían cruzado un latigazo que le había desfigurado la mejilla derecha. Cuando vi la escena decidí quedarme en tierra, pero los hombres me obligaron a embarcar con ellos; no lo hicieron de mala manera, tal vez porque la mía no fue una resistencia empecinada.
Nos largamos río adentro pasando por debajo de dos puentes, uno metálico y otro de hormigón, puentes de sombras nefastas, aunque ni lo preguntes. Y ahí nomás me eché la primer siesta. Al despertar flotábamos en un río marrón y sin orillas. El más corpulento de los hombres tenía a la niña boca abajo aplastada contra cubierta, con una mano le abría las nalgas y con la otra le introducía en el ano el mango de la caña. Se reía con una dentadura perfecta que le restaba unos quince años a su apariencia. Cuando me vio despierto, sacó el mango de la caña, mantuvo abiertas las nalgas de la chica y me invitó a penetrarla. Los otros dos esperaban el pique como metidos en otro mundo. Le expliqué que yo era extranjero y que en nuestro país no entendíamos de estas costumbres. Me dijo que en ese bote daban triste fin a los extranjeros retobados, así que tuve que hacerlo, no sin esfuerzo, lo de penetrar a la niña. Y después me eché la segunda siesta.
Era largo y a plomo el mediodía cuando me desperté por segunda vez, y el grandote seguía dale que dale con la chica, ahora levantándola en vilo de los rubios cabellos para sumergirla en el agua hasta que dejaba de patalear, entonces la despatarraba desnuda sobre cubierta y le secaba con la lengua toda el agua. Cerré los ojos, y cuando desperté, supuse que la chica estaba muerta, porque la tenían colgada de la borda, cabeza abajo, sumergida en el agua hasta las rodillas.
Los tres hombres se contaban anécdotas de camaradas, y yo sentí nostalgia por mi empleo sencillo y nuestras cenas en la terraza. No digo que tuvieras razón, pero tal vez, no debí haber venido.