jueves, 7 de agosto de 2008

UN CUENTO


Querida Anté


Aquí los mendigos apenas si te dejan avanzar por las calles. Con decirte que llegué hace nueve días, y no pude completar el trayecto que va desde el aeropuerto hasta el hotel que me asignaron, en total recorrí unos tres kilómetros, todavía me faltan ocho. Son los niños los que resultan verdaderamente insoslayables. Al segundo día de intentar por la rivera, obligado a rodear una avenida en la cual estos chicos de todas las edades velaban y lloraban a unos diez mil de los muertos producidos en la última revuelta, unos señores de apariencia más que amable me invitaron a pescar en su bote con motor fuera de borda; yo acepté por la oportunidad de descansar algunas horas del peso de mis maletas, porque en la ciudad te las arrebatan apenas les sacás los ojos de encima. Bien sabés que la pesca me tiene sin cuidado, pero aparecía como la única oportunidad de echarme una siestita.
Los hombres eran tres, desamarraron el bote y cargaron pertrechos desde uno de los muelles. Junto con los alimentos y las garrafas, una niña de unos trece años que vociferaba pestes en nuestras narices. La llevaban atada de pies y manos, y ya le habían cruzado un latigazo que le había desfigurado la mejilla derecha. Cuando vi la escena decidí quedarme en tierra, pero los hombres me obligaron a embarcar con ellos; no lo hicieron de mala manera, tal vez porque la mía no fue una resistencia empecinada.
Nos largamos río adentro pasando por debajo de dos puentes, uno metálico y otro de hormigón, puentes de sombras nefastas, aunque ni lo preguntes. Y ahí nomás me eché la primer siesta. Al despertar flotábamos en un río marrón y sin orillas. El más corpulento de los hombres tenía a la niña boca abajo aplastada contra cubierta, con una mano le abría las nalgas y con la otra le introducía en el ano el mango de la caña. Se reía con una dentadura perfecta que le restaba unos quince años a su apariencia. Cuando me vio despierto, sacó el mango de la caña, mantuvo abiertas las nalgas de la chica y me invitó a penetrarla. Los otros dos esperaban el pique como metidos en otro mundo. Le expliqué que yo era extranjero y que en nuestro país no entendíamos de estas costumbres. Me dijo que en ese bote daban triste fin a los extranjeros retobados, así que tuve que hacerlo, no sin esfuerzo, lo de penetrar a la niña. Y después me eché la segunda siesta.
Era largo y a plomo el mediodía cuando me desperté por segunda vez, y el grandote seguía dale que dale con la chica, ahora levantándola en vilo de los rubios cabellos para sumergirla en el agua hasta que dejaba de patalear, entonces la despatarraba desnuda sobre cubierta y le secaba con la lengua toda el agua. Cerré los ojos, y cuando desperté, supuse que la chica estaba muerta, porque la tenían colgada de la borda, cabeza abajo, sumergida en el agua hasta las rodillas.
Los tres hombres se contaban anécdotas de camaradas, y yo sentí nostalgia por mi empleo sencillo y nuestras cenas en la terraza. No digo que tuvieras razón, pero tal vez, no debí haber venido.

1 comentario:

Fernando. dijo...

hola, soy Carolina y leí tu anuncio en actoresonline.com . Te cuento que tengo 15 años y estoy interesada en participar, por cualquier cosa te dejo mi mail: caroxgari@gmail.com.
saludos.