sábado, 22 de mayo de 2010

DIA 17 /// EL HOMBRE QUE CONTABA UNA SOLA ANÉCDOTA

Tuvimos una jornada tan frenética que caí desmayado en la cama después de cenar y desperté insomne en medio de la noche. Este día será recordado como el día de las mil escenas pero una que no salió. Será recordada por mi y nadie más en el resto de la humanidad. Nadie más está ni estará preocupado. Sólo en la cabeza del director aquello que había imaginado y aquello que logró se comparan impúdicamente y sólo volveremos a dormir tranquilos en la isla de edición: yo y yo.
Lo que más debe temer un hombre es tener un solo éxito en la vida. Un buen libro, una buena película, un buen edificio, una buena actuación, una buena cogida. Aquélla amante insuperable. Aquél negocio que otorgaba abundancia. Ser un fracaso perfecto es preferible a tener solamente un éxito, porque ese éxito solitario nos obliga a revivirlo una y otra vez hasta el escarnio, por definirlo de alguna manera. Como Claudio María Domínguez, por ejemplo, de quién las nueves generaciones se preguntan incesantemente ¿porqué está ahí? Mientras los más viejos sabemos que una vez, respondió sobre los Poemas Homéricos en un programa que se llamaba Odol Pregunta por un millón de pesos y conducía Cacho Fontana.
Me he cruzado con hombres así en aviones y colectivos, en trenes, en ascensores. Los hombres que cuentan una sola anécdota son sólo hombres, no he conocido mujeres en mi vida de esa categoría, porque cuando son así, las mujeres tienen la inteligencia de aferrarse a los acontecimientos perdurables, como el nacimiento o la crianza de un hijo.
Yo temí sufrir el trauma de la sola anécdota el día que presenté mi primer libro de cuantos en la Sala Leopoldo Lugones de la Feria del libro. Fue la presentación de libro más espectacular que haya vivido, y no significaba absolutamente NADA. Había más de quinientas personas porque yo tenía muchos amigos, pero mucho más porque Miguel Angel Solá, con quién compartíamos un proyecto radial en ese momento, leería uno de mis cuentos. Muchos de mis amigos asistieron por cholulos y unas doscientas personas que andaban perdiendo su tiempo por la feria también, debieron cambiarnos de la sala Lucio V. Mansilla a la sala Leopoldo Lugones para albergar a la multitud que se apiñaba para vernos. Recuerdo el pánico que sentí en ese momento: seré el hombre que cuenta una sola anécdota. Este recuerdo va a superarme, jamás voy a poder olvidarme de mi mismo en esta instancia. Esa consciencia hizo que arrojara a la basura el video de la presentación junto con todo lo que podía guardar en mi memoria como imperecedero, pero sobre todo me obligó a proponerme seguir escribiendo libros, seguir generando proyectos, aunque en la previa con ninguno llegaría tan lejos.
Esto siempre me ha tranquilizado, si de nada sirve tener un éxito solitario, nada de lo que haga debería ser lo primero en diferenciarme de mi mismo, pues más que una alegría sería una amenaza. Por otra parte, hay que tener mucho cuidado con los éxitos prestados, como pudo ser en su momento la presencia de Miguel, y aunque uno este trabajando con una figura absolutamente consagrada e indiscutible, debería mantener la distancia necesaria para realizar de manera impecable su propio trabajo. El brillo puede contagiar por unos instantes pero nadie puede robarse el fulgor de una estrella. Entonces, lo único correcto es hacer lo de uno de la mejor manera posible, desde la humildad y desde el temor, no sea que este momento se transforme en la anécdota para contar en nuestro paso por la eternidad.
Se me ocurre que uno puede morir y en el eterno camino a la eternidad ser condenado a viajar con un compañero de ruta que cuente una y otra vez la misma anécdota hasta el fin de los tiempos, y que ese compañero de ruta no sea mas que uno mismo. Imagino el camino como un horizonte de pedregales y desiertos, y me imagino a mi mismo como a mi mismo, un poco encorvado de tanto concentrarme en que las cosas no me fallen, enderezando de vez en cuando la espalda para que las contracturas no me maten, cosa difícil, porque ya estaré muerto. Una y otra y otra y otra y otra vez y así hasta el próximo big Bang o quizá hasta mucho después, contaré que una vez, que una sola vez, y pediré a los gritos que me calle la boca, pero no podré callarme, porque mi castigo justamente será permanecer contándome la anécdota, y no quedarme callado.
A veces, cuando las cosas están saliendo bien, me ataca esta clase de insomnio. No es una escena dura de sacar lo que me preocupa, después de todo puede morir en la isla del editor sin que la historia que cuento se dé cuenta. Lo que me preocupa es el color de mis manos sobra la tabla de una mesa de madera y una mujer hermosa que una y otra vez viniera a pedirme silencio para estar conmigo, sin que yo pueda obedecerle.
Frases como estas, días como hoy, son producto de y producen insomnio. Lo único que necesito es una mano fría y suave sobre mi frente.

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